Yo odié a Andrés Caicedo y su obra, pues él solo era un hippie zarrapastroso que solo era famoso por que se había suicidado para llamar la atención sobre su obra que era mala por demás, y nosotros debíamos odiar a los hippies zarrapastrosos que no tenían el coraje de vivir, o por lo menos así iba el discurso que me habían enseñado durante mis primeros años de la universidad. La verdad nunca me tomé la molestia de averiguar las razones por las cuales se había quitado la vida y ni siquiera supe si su obra era verdaderamente mala, a pesar que algunos de sus libros reposaban en la biblioteca de mi casa, como testigos que mi hermana tuvo mejor suerte que yo en las clases de literatura de la preparatoria.
De la misma manera que odié a Andrés Caicedo odié a Fito Páez, pues él era otro hippie zarrapastroso que necesitaba ser odiado, aún cuando yo simpatizaba con lo poco que conocía de su obra. A Fito, así como a muchos otros, dejé de odiarlo cuando llegué a Europa. Como acá nadie lo conoce, no me sentiría culpable si lo escuchaba y aceptaba públicamente que me gustaban sus canciones. A Andrés Caicedo dejé de odiarlo gracias a una conferencia dictada por Alberto Fuguet.
Ahora no odio a Andrés Caicedo, pero tampoco lo exalto. Ahora no tengo opinión sobre Caicedo, pues nunca he leído nada de él. Espero que un día no muy lejano pueda tomar alguno de sus libros, con la seguridad de que nadie se va a acercar a juzgarme por leer un libro de un hippie zarrapastroso, y una vez acaba de leer su historia podré decir si lo considero un buen o un mal escritor.